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sábado, 29 de agosto de 2020

Sin título.

Los grandes reptiles barbados se alistaron para contemplar el océano, acompañados de sus oscuras nodrizas. Sus poderosos cuellos se abrieron a máxima amplitud para emitir una sílaba poderosa y terrible, cuya vibración derretía en grecas espesas el amanecer oriental. Luego de unos minutos, una partida de seres monstruosos acudió al llamado y se agrupó junto a los primeros, para celebrar la llegada de un tenebroso gigante de piel tan negra como el aceite mientras éste surgía de la tenebrosa violencia de las aguas. 

El recién llegado, elevó sus potentes brazos como si hubiese deseado comprobar el peso del cielo para después estallar en frenética danza al parejo de la singular comitiva. La imperiosa necesidad de unirme con aquellos seres portentosos me hizo abandonar mi precario escondite sin reparo alguno, y me lancé hacía el grupo contagiado de su júbilo salvaje. Los ojos de aquella figura descomunal eran dos rubíes inflamados de sangre y su boca estaba curvada, tal como una cimitarra repleta de terribles colmillos. Todas las creaturas dispusieron formar un círculo en torno a él, para debatirse poseídas por el hipnótico redoble de tambores invisibles. 

Mi cuerpo era apenas un grano de arena, en comparación con aquellas titánicas entidades, no obstante, por alguna extraña razón, me sentí como no lo había hecho desde hace mucho tiempo; arropado entre la cálida compañía de viejos amigos. 

Al despertar, me sentí inflamado por la nostalgia de aquel paraje marino y su desmesurado rey danzante, a tal punto, que decidí embarcarme hacia el extremo Sur o a cualquier lugar donde permaneciera fuerte el recuerdo del agua. 

M

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