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domingo, 6 de junio de 2021

 

Tratar con los demonios no resultaba fácil porque para mí significaba arriesgar la cordura y exponerme a la peor de las humillaciones. He hablado muy poco sobre esto pero no con mi madre porque ella jamás podría entenderme pues tan sólo se limita a recriminarme cuando no le ponía atención y no se imaginaba con lo que debía batallar cada día. Ellos también me recriminaban y por lo regular hacían bajo el nombre de Níbel y también me dicen que no sólo se trata de una enfermedad pues ellos están presentes en mi cabeza porque alguien pagó con su sangre por mi muerte, y cómo en muchas otras ocasiones, tomé esto como una mentira porque para mí los íncubos eran eso: la suma de todas las mentiras.
 
—Si tú nos ves así, mi deschavetado, mi loco, mi buen, mi loquete ¿imaginate cómo nos sentimos contigo, bolsa de carne?, te aflijes por puras pendejadas— me decían, y eso significaba otra noche de pesadillas.
—Malditos mierdas, déjenme en paz— era lo único que se me ocurría decir.
—Mira mi loco, jamás vuelvas a decirnos nada, ¿está claro? Vamos a seguir jugando contigo hasta que nos hartemos y para eso falta un buen, mi estimado, jamás le digas a alguien que estás poseído—.
 
Siempre decían que jamás volverían a hablar conmigo pero volvían cada vez con mayor insistencia buscando orillarme hacía la locura, en momentos como este había llegado a preguntarme cuántas personas más padecían esta misma enfermedad. Sí, para ellos era una bolsa de carne pero yo no estaba seguro de lo que ellos representaban para mí salvo mis propios fantasmas, de continuo entrometidos en mis películas, en mis lecturas, en todo lo que mi vida significaba.
 
Rafael Aguirre.

lunes, 7 de diciembre de 2020

 

Habito este corazón con todas 

sus culpas y todos sus esqueletos

cautivos a ras de tierra.


Vuelve a mí el gesto errante 

y el lenguaje agreste 

a través de la noche húmeda.


Pendiente queda mi esperanza

como el último símbolo sagrado

sobre el aire desierto.


Poco a poco me convierto 

en martilleo constante, 

como triste música de fondo. 


Sin darme cuenta cuán cerca 

de mí está la muerte.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

 

Desataré éste minuto fugaz

bajo el cual se desgaja

la desmemoria. 


Nada de mí quedará

cuando el último galope

de mi tiempo termine. 


¿Quién es el testigo 

implícito en este peregrinar

retardado a media voz? 


Como espiga me iré 

secando tras la cabalgata

circular de mis desvelos.

 

martes, 24 de noviembre de 2020

 

Aquí donde mi luz resuena
y su eco dicta naufragios
propios del ayer.

Pronto aventuro a escudriñar
bajo las marismas
ocultas en mi sombra.

Con ésta cualidad tan peculiar
que tengo para interpretar: pájaros
y extrañas voces.

Como brazos muertos van
cayendo tras la locura
propuesta por mi exilio.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

 

Es mar el grito del ojo,
como velo insomne se reparte
en bosquejos de sombra.

No alcanza la deriva para mirar
muy adentro de mi corazón
y confrontarlo repleto de voces.

Es como el mar, esta noche nueva
cuya piel va salpicada de bruma
y carbones dormidos.

Desdichado es quién vuelve ciego
desde la soledad de islas remotas
sin conservar nada para sí.

Tal como yo he vuelto de mí tras descubrir 

el naufragio de todos mis elementos rotos.

 

viernes, 30 de octubre de 2020

 

Tuvimos una televisión donde mi padre y yo solíamos ver películas de terror todos los viernes durante mi niñez, ese era nuestro ritual secreto. Según mi papá, ese viejo aparato comprado durante un viaje a  Laredo tenía la particularidad de que sólo captaba la señal los viernes a medianoche, nunca supimos por qué. 


Tiempo después crecí y las cosas cambiaron mucho entre nosotros. Uno de esos días salió a comprar  pero ya no regresó, lo buscamos por todas partes, después de eso, no volvimos a saber más de él. 


Años más tarde, mamá adquirió una rara enfermedad por culpa de una tipa que le estornudó en plena cara. Yo me dediqué a cuidarla pero su cuerpo no resistió y a los pocos meses también se fue, y con ella mis deseos de seguir aquí, ella era lo único que me mantenía en esta casa. 


Pasaron semanas hasta que decidí empacar y vender la propiedad, una noche mientras revisaba el cobertizo encontré el viejo televisor, sepultado entre torres vencidas de periódicos y revistas de manualidades. Era tal como lo recordaba: un cubo color negro mate con un par de largas antenas plateadas, esperé hasta la hora indicada y lo encendí, pero este ya no proyectaba ninguna película sino el rostro encapsulado y suplicante de mi padre. 

viernes, 23 de octubre de 2020

 

Agotado.

cual sol de piedra

voy herido en el ocaso. 


Adentro el puño zurcido

tiñe cien mil palabras

de lumbre.


Caen las noches

oscuras sobre 

el vientre plegado. 


Y mi cuerpo inventado cruje 

para ya no levantarse.