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sábado, 19 de septiembre de 2020

Una parte de su reino

 


Ya no estaba en su departamento sino en una vieja sala de proyecciones cuyas paredes estaban forradas de fieltro gris, no había espectadores ni película en pantalla. Le bastó cabecear tan sólo una vez para soñar de inmediato, pronto perdió el tacto de cada prenda que llevaba encima más no la intensa sensación de frío actuando sobre su carne trémula. Trató de calmarse y hacer contacto con su cuerpo pero las técnicas de grounding sirvieron de poco pues no existía una estrategia de distracción válida para la mente durante el periodo en el Entresueño.

Por la sencilla razón de que no se sabe a dónde va la misma cuando sueña ni cual es el lugar donde queda el cuerpo, peor aún; el alma. Aún así creyó que no perdería gran cosa con intentarlo, porque la mayoría de las veces se ignora el amplio abanico de posibilidades ocultas en uno mismo en momentos de intensa presión.

Casi todas las personas ignoran que al soñar emprenden un viaje solitario hacia las tripas de la oscuridad, su propia oscuridad, y lo que ahí encuentren podría salvarlos o destruirlos, al menos por un tiempo. Poco después, macilentas espirales rosadas fluyeron desde el espacio bajo los asientos hasta abarcar la totalidad del claroscuro sobre su cabeza.

Aquello palpitó vigorosamente, tal como el desmesurado corazón de un gigante.

—Tssk, ¿qué estás mirando?— dijo con voz aguda. Carecía de ojos pero daba la impresión de tener toda su atención puesta en él.

El soñante trató de evitar conjeturas sobre este hecho pero fue imposible evitarlo pese a ser un habitual de esta clase de sueños, buena parte de ellos derivados de sus roces con lo oculto.

Al principio resultaba divertido manifestar cosas como dinero, citas, predicciones sobre hechos en concreto. Luego de un tiempo llega el día en el que la pasión es tal que resulta difícil aterrizar y detenerse, justo en ese punto es cuando se comienza a buscar otros medios, en busca de un conocimiento superior con el fin de elaborar una cartografía del universo personal, pero se percaté un poco tarde de que en realidad nunca tendría todas las respuestas pues su cabeza, como la de todas las personas, era un laberinto.

Cualquiera podía actuar en forma determinada pero en el interior alguna de sus partes nunca estaría de acuerdo, y en consecuencia, perderían el rumbo para cometer graves equivocaciones, tal como él lo hizo en el pasado.

Pase lo que pase, nunca hay que dar por muerto al Minotauro.

—Recuerda que se te dio el Don, Daniel Ashwood, cuidado con los Señores de la Mente. Ellos te reclaman, por eso estoy aquí.

—Mejor deja de acosarme, la verdad no eres de mi tipo— respondió mostrando con fingida rudeza su dedo medio, mientras trataba de resistirse al terror con todas las tretas posibles. El sentido del humor era una de ellas.

—Ven conmigo, te estamos esperando ya, podemos seguir aquí por siempre pero debo llevarte de vuelta— su tono reflejaba una calma abrumadora.

—No les debo cosa alguna, y en caso de que fuese así, no les voy a pagar porque soy libre, libre con todas sus letras, ya queda más infierno por purgar ¿¡lo comprendes!?— trató de imponerse ante la situación pero fue inútil porque en realidad estaba por cagarse de miedo.

—Cómo gustes...

Aquello eyectó cientos de flagelos musculados mientras descendía desde el techo con absoluta parquedad, ya no era un corazón sino una medusa hambrienta en pleno coto de caza. Por mero reflejo Daniel miró hacía la pantalla rebosante de luz plateada, y echó a correr para arrojarse en su interior.

Cruzó aquel gélido resplandor y el Entresueño quedó ciego y sordo, accionando los engranes de una maquinaria infinita. No supo más de sí ni de su persecutor.

Poco después abrió los ojos en un erial circundado por extrañas construcciones grises sin puertas y con las ventanas tapiadas. Lejos de preguntarse por su propósito, trató de concentrarse para no caer víctima de su propio cerebro, porque aún conservaba la sensación de frío y el mareo propio del onironauta. Esto era muy mala señal. No tardó mucho en darme cuenta de que tampoco estaba solo pues los agentes del caos también se encontraban en este lugar.

Surgieron erguidos sobre sus patas traseras desde el cerco formado por las extrañas edificaciones. El líder parecía medir poco más de tres metros, y portaba una gran porra tachonada de clavos, la creatura olfateó el aire con meticulosidad y después apuntó con su arma hacia su presa, mientras dejaba escapar su terrible aullido de batalla. Los subordinados se golpearon el pecho de manera salvaje con ambos puños para demostrar su disposición y en seguida se lanzaron tras Daniel quien resolvió huir pues no tenía oportunidad ni medios para enfrentarlos cuerpo a cuerpo, tampoco deseaba recurrir a la magia, porque eso significaba arriesgar su cordura en vano.

Dada la situación, no quedó otro remedio más que continuar su alocada carrera, al tiempo que el terror trepaba con garfios de hielo desde lo más profundo de su entrañas.

Pronto la horda furiosa estaría por darle alcance pese a redoblar la continuidad de sus esfuerzos. Si bien el agotamiento físico no representaba un problema en estas regiones, si lo era la rampante ansiedad derivada de su estancia en aquel plano.

Los garras cruzaban volando frente a él con la velocidad de un pensamiento. Uno de los ataques dio de lleno en su espalda y rodó hasta llegar al pie de una gran escalinata de mármol, como pudo trepó peldaño tras peldaño mientras sus enemigos continuaban tras de él, al llegar a la cima, descubrió un estanque en cuyo fondo bullía la imagen de un enigmático laberinto rodeado de montañas.

El lejano silbato de un tren comenzó a sonar y entonces decidió cambiar de escenario para encontrar una salida a este sueño antes de que le dieran alcance, o peor aún, su cerebro recibiera un daño irreparable como consecuencia del tiempo prolongado de estadía en estas regiones.

Sin pensarlo más se zambulló en el abrevadero, por un momento tuvo deseos de rezar pero no estaba seguro de quién escucharía sus oraciones.

jueves, 3 de septiembre de 2020

miércoles, 2 de septiembre de 2020

martes, 1 de septiembre de 2020

Cebollas (2018)

 


 Hitomi era como yo, otra errante de los planos. 

 Nos escurrimos en el tiempo para modificarnos y encontrar aquella personalidad que nos liberara. Hemos coleccionado tantas que ya perdimos la cuenta pero no podemos parar, hasta que llegue el día destinado.

Por eso nuestras caras fueron borradas como signo de nuestra condición pues somos parásitos de la mente cósmica. Las víctimas cambiaron y nosotros junto a ellas, nunca volvimos a ser los mismos. Capa sobre capa, surco que intersecta y bifurca la línea en posibilidades infinitas, así como las cebollas. 

 Por ello nuestras caras fueron borradas, como signo de nuestra condición parasitaria. Nuestras víctimas cambiaron y nosotros junto a ellas, nunca volvimos a ser las mismas. Capa sobre capa, surco intersectando la línea en posibilidades infinitas.

 Viajamos por el Ciclo Interminable para hurgar en cada visión, en cada escondite pero no hayamos nuestro objetivo, esa piel definitiva. Al interior somos cientos a la espera de la llave que nos haga emerger de las profundidades de nuestra conciencia porque estamos atrapadas en nuestro propio universo.

 —Recoge los restos de la torre golpeada por el rayo pues ya no quedan huesos para sostener la carne— dijo, como presagio del futuro conflicto.

Creo que en realidad somos un abismo. 

¿Quién será el que nos salve? 

No soy yo, no será nadie. 





Todos los patios.

Cosas a diario calladas atan 

alambre mis frágiles manos 

como animales muertos. 


Clavo en el ojo 

cruel ejercicio de charcos

puños truenan sobre el tejado.   


Lluvia adormece los brazos

lluvia adormece el silencio

lluvia adormece todos los patios.


Globo es garganta. 

Nadie lo escucha tronar

hacia el fondo.