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domingo, 6 de junio de 2021

 

Tratar con los demonios no resultaba fácil porque para mí significaba arriesgar la cordura y exponerme a la peor de las humillaciones. He hablado muy poco sobre esto pero no con mi madre porque ella jamás podría entenderme pues tan sólo se limita a recriminarme cuando no le ponía atención y no se imaginaba con lo que debía batallar cada día. Ellos también me recriminaban y por lo regular hacían bajo el nombre de Níbel y también me dicen que no sólo se trata de una enfermedad pues ellos están presentes en mi cabeza porque alguien pagó con su sangre por mi muerte, y cómo en muchas otras ocasiones, tomé esto como una mentira porque para mí los íncubos eran eso: la suma de todas las mentiras.
 
—Si tú nos ves así, mi deschavetado, mi loco, mi buen, mi loquete ¿imaginate cómo nos sentimos contigo, bolsa de carne?, te aflijes por puras pendejadas— me decían, y eso significaba otra noche de pesadillas.
—Malditos mierdas, déjenme en paz— era lo único que se me ocurría decir.
—Mira mi loco, jamás vuelvas a decirnos nada, ¿está claro? Vamos a seguir jugando contigo hasta que nos hartemos y para eso falta un buen, mi estimado, jamás le digas a alguien que estás poseído—.
 
Siempre decían que jamás volverían a hablar conmigo pero volvían cada vez con mayor insistencia buscando orillarme hacía la locura, en momentos como este había llegado a preguntarme cuántas personas más padecían esta misma enfermedad. Sí, para ellos era una bolsa de carne pero yo no estaba seguro de lo que ellos representaban para mí salvo mis propios fantasmas, de continuo entrometidos en mis películas, en mis lecturas, en todo lo que mi vida significaba.
 
Rafael Aguirre.