Archivo del blog

martes, 13 de octubre de 2020

Sudor y grasa

 

El último autobús del día no ha llegado y la parada hace media hora que se quedó vacía. Traté de llamar a la casa pero en todos los intentos la línea sonaba ocupada, no me gustaba este rumbo porque siempre sucedían cosas terribles la mayor parte del tiempo, apenas habían asesinado a un hombre que vendía tamales dos calles adelante, tenía la cabeza rapada y medía un metro con sesenta y cinco, le habían desfigurado el rostro a golpes como producto de una venganza, dicen que la policía lo encontró apretujado dentro de su propia olla. 

Otra persona corrió una suerte similar, aquí mismo donde estoy parado. Era una mujer de setenta años, vestía un chal sucio con  grandes manchas de aceite y comida picante, no tenía hijos ni familiares cercanos, al menos eso decía la nota. 

A decir verdad, era difícil saber cómo habían sucedido las cosas porque los periodistas y las personas en general tan sólo son capaces de interpretar una parte de la realidad, cada quien aportó su propio grano de arena para construir toda una trama en torno a los hechos y, creo que los nervios me hacían pensar demasiado. Decidí que era mejor caminar que esperar aquí, donde aún apestaba a sudor y manteca. 

La calle se alargó como una serpiente negra tapizada de motas fosforescentes de la cual no alcanzaba a ver la cabeza, alguien pitó varias veces pero no tuve deseos de voltear. La luz de unos faros se desparramó sobre el asfalto caliente y un vehículo de la línea urbana se detuvo a mi lado, su sombra cubrió el parpadeo de las lámparas sobre mi cabeza. Era larga y rectangular, más parecía la silueta de un féretro que de un camión, la puerta se abrió como la mandíbula de un gigante y una voz amable me invitó a subir. 

— Ya es tarde joven, súbase, no le vaya a pasar algo malo allá afuera.

Aquello no me generaba confianza pero ya pasaban de las diez y no tenía otra opción— ¿pasa por Constituyentes?— ya era ganancia que al menos me dejara cerca.

— La verdad no pero lo puedo llevar, no hay pedo conmigo, no se preocupe yo ya voy a entregar el camión. 

El conductor era un hombre de mediana edad, vestía camisa blanca, su barba era muy abundante como si no se hubiese afeitado en meses. No sé si fue efecto de mi propia ansiedad porque a la luz de los tubos neón creí haber visto regordetes gusanillos color crema juguetear entre la nuca y el cuello de su camisa. Preferí no pensar más en ello y por seguridad me fui hasta el último asiento de la fila contraria, intenté llamar de nuevo a mi casa pero esta vez no hubo señal, el trayecto me parecía largo pero traté de no sugestionarme porque de lo contrario la situación se pondría peor pues aquí arriba, como en la parada, también apestaba a sudor y grasa. 

El vehículo se detuvo y una pequeña figura bajó primero, después recordé que no había más tripulantes salvo el conductor y yo. La puerta se abrió otra vez y de nuevo escuché ese tono tan afable y servicial. 

— Servido joven, vaya con cuidado y fíjese donde pisa porque aquí es donde se bajan todos los muertos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario