El tercer golpe crujió en la superficie empañada y Rodolfo resolvió hacerse un ovillo sobre el cálido regazo de su madre.
—No tengas miedo, es tu abuelita, vino a saludarnos.
—Mamá pero...
—Shh, no hables y vamos a rezar, además tú la querías mucho ¿no es así?
Recitaron los primeros versos mientras el cuarto se llenaba de un empalagoso aroma a perfume de Lavanda, y una tercera voz, se unía a ellos en oración desde el otro lado de la ventana.
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