Ya no estaba en su departamento sino en una vieja sala de proyecciones
cuyas paredes estaban forradas de fieltro gris, no había espectadores ni
película en pantalla. Le bastó cabecear tan sólo una vez para soñar de
inmediato, pronto perdió el tacto de cada prenda que llevaba encima más
no la intensa sensación de frío actuando sobre su carne trémula. Trató
de calmarse y hacer contacto con su cuerpo pero las técnicas de
grounding sirvieron de poco pues no existía una estrategia de
distracción válida para la mente durante el periodo en el Entresueño.
Por la sencilla razón de que no se sabe a dónde va la misma cuando
sueña ni cual es el lugar donde queda el cuerpo, peor aún; el alma. Aún
así creyó que no perdería gran cosa con intentarlo, porque la mayoría de
las veces se ignora el amplio abanico de posibilidades ocultas en uno
mismo en momentos de intensa presión.
Casi todas las personas
ignoran que al soñar emprenden un viaje solitario hacia las tripas de la
oscuridad, su propia oscuridad, y lo que ahí encuentren podría
salvarlos o destruirlos, al menos por un tiempo. Poco después,
macilentas espirales rosadas fluyeron desde el espacio bajo los asientos
hasta abarcar la totalidad del claroscuro sobre su cabeza.
Aquello palpitó vigorosamente, tal como el desmesurado corazón de un gigante.
—Tssk, ¿qué estás mirando?— dijo con voz aguda. Carecía de ojos pero daba la impresión de tener toda su atención puesta en él.
El soñante trató de evitar conjeturas sobre este hecho pero fue
imposible evitarlo pese a ser un habitual de esta clase de sueños, buena
parte de ellos derivados de sus roces con lo oculto.
Al
principio resultaba divertido manifestar cosas como dinero, citas,
predicciones sobre hechos en concreto. Luego de un tiempo llega el día
en el que la pasión es tal que resulta difícil aterrizar y detenerse,
justo en ese punto es cuando se comienza a buscar otros medios, en busca
de un conocimiento superior con el fin de elaborar una cartografía del
universo personal, pero se percaté un poco tarde de que en realidad
nunca tendría todas las respuestas pues su cabeza, como la de todas las
personas, era un laberinto.
Cualquiera podía actuar en forma
determinada pero en el interior alguna de sus partes nunca estaría de
acuerdo, y en consecuencia, perderían el rumbo para cometer graves
equivocaciones, tal como él lo hizo en el pasado.
Pase lo que pase, nunca hay que dar por muerto al Minotauro.
—Recuerda que se te dio el Don, Daniel Ashwood, cuidado con los Señores de la Mente. Ellos te reclaman, por eso estoy aquí.
—Mejor deja de acosarme, la verdad no eres de mi tipo— respondió
mostrando con fingida rudeza su dedo medio, mientras trataba de
resistirse al terror con todas las tretas posibles. El sentido del humor
era una de ellas.
—Ven conmigo, te estamos esperando ya, podemos
seguir aquí por siempre pero debo llevarte de vuelta— su tono reflejaba
una calma abrumadora.
—No les debo cosa alguna, y en caso de
que fuese así, no les voy a pagar porque soy libre, libre con todas sus
letras, ya queda más infierno por purgar ¿¡lo comprendes!?— trató de
imponerse ante la situación pero fue inútil porque en realidad estaba
por cagarse de miedo.
—Cómo gustes...
Aquello eyectó
cientos de flagelos musculados mientras descendía desde el techo con
absoluta parquedad, ya no era un corazón sino una medusa hambrienta en
pleno coto de caza. Por mero reflejo Daniel miró hacía la pantalla
rebosante de luz plateada, y echó a correr para arrojarse en su
interior.
Cruzó aquel gélido resplandor y el Entresueño quedó
ciego y sordo, accionando los engranes de una maquinaria infinita. No
supo más de sí ni de su persecutor.
Poco después abrió los ojos
en un erial circundado por extrañas construcciones grises sin puertas y
con las ventanas tapiadas. Lejos de preguntarse por su propósito, trató
de concentrarse para no caer víctima de su propio cerebro, porque aún
conservaba la sensación de frío y el mareo propio del onironauta. Esto
era muy mala señal. No tardó mucho en darme cuenta de que tampoco estaba
solo pues los agentes del caos también se encontraban en este lugar.
Surgieron erguidos sobre sus patas traseras desde el cerco formado por
las extrañas edificaciones. El líder parecía medir poco más de tres
metros, y portaba una gran porra tachonada de clavos, la creatura
olfateó el aire con meticulosidad y después apuntó con su arma hacia su
presa, mientras dejaba escapar su terrible aullido de batalla. Los
subordinados se golpearon el pecho de manera salvaje con ambos puños
para demostrar su disposición y en seguida se lanzaron tras Daniel quien
resolvió huir pues no tenía oportunidad ni medios para enfrentarlos
cuerpo a cuerpo, tampoco deseaba recurrir a la magia, porque eso
significaba arriesgar su cordura en vano.
Dada la situación, no
quedó otro remedio más que continuar su alocada carrera, al tiempo que
el terror trepaba con garfios de hielo desde lo más profundo de su
entrañas.
Pronto la horda furiosa estaría por darle alcance pese
a redoblar la continuidad de sus esfuerzos. Si bien el agotamiento
físico no representaba un problema en estas regiones, si lo era la
rampante ansiedad derivada de su estancia en aquel plano.
Los
garras cruzaban volando frente a él con la velocidad de un pensamiento.
Uno de los ataques dio de lleno en su espalda y rodó hasta llegar al pie
de una gran escalinata de mármol, como pudo trepó peldaño tras peldaño
mientras sus enemigos continuaban tras de él, al llegar a la cima,
descubrió un estanque en cuyo fondo bullía la imagen de un enigmático
laberinto rodeado de montañas.
El lejano silbato de un tren
comenzó a sonar y entonces decidió cambiar de escenario para encontrar
una salida a este sueño antes de que le dieran alcance, o peor aún, su
cerebro recibiera un daño irreparable como consecuencia del tiempo
prolongado de estadía en estas regiones.
Sin pensarlo más se
zambulló en el abrevadero, por un momento tuvo deseos de rezar pero no
estaba seguro de quién escucharía sus oraciones.